La vida es rara.
Yo odiaba a los cantautores. Tras ser bajista en uno de los
grupos más famosos y comerciales de los años 80, producía y componía éxitos
para otros artistas. Los cantautores me parecían un rollo.
Pero cuando mi antiguo mánager Morgan Britos me dijo que fuera
aquel miércoles al Libertad 8 a ver a su nuevo artista, allí que fui.
Recuerdo ese momento de 1995 como si fuera ayer. Cuando
entré él estaba cantando “La jaula de los monos” y pensé “este tipo sabe
escribir”. Pero automáticamente piensas que la siguiente canción no puede ser
tan buena. Todas las canciones que escuché esa noche me volaron la cabeza. No
solo eso, sino que el artista, el gran Juan Antonio Canta, era además un
showman increíble.
Yo, que venía de hacer cientos de conciertos con Objetivo Birmania,
donde éramos ocho y a veces más personas en el escenario, con las Birmettes que
se cambiaban de ropa, y con miles de vatios de sonido y de luces, no podía
creer que una sola persona con una guitarra fuera capaz de hacerte olvidar el
mundo.
Recuerdo que pensé que hubiera dado lo que fuera por ser
capaz de hacer algo así. Pero esa idea rápidamente fue archivada, por absurda…
Yo era músico, no cantante.
Recuerdo que volví
a ver su show todos los miércoles con mi novia, y eso que yo en aquella época me
había mudado a Toledo. Recuerdo estar allí la fatal noche que vino a verlo Pepe
Navarro, antes de sacarlo a diario en su programa…
De tanto verme ahí Juan Antonio y yo nos hicimos amigos, nos
veíamos a menudo y compusimos alguna canción juntos.
El caso es que llegó la crisis de los noventa y como
empezaba a irme mal tomé la decisión de irme a Estados Unidos a probar el sueño
americano, componer y producir allí. Unos meses después de mi llegada me llamó
Morgan para comunicarme la terrible noticia de la muerte de mi amigo y admirado
Patuchas, como le llamábamos.
Pero hoy no quiero hablar de él, sino de Libertad 8.
Pasaron dos años, y un problema terrible de salud casi acaba
con mi vida en un quirófano. Cuando resucité, el cirujano me dijo, “ahora tienes
que cambiar tu vida”.
Así lo hice: dejé a mi novia, mi trabajo de productor y
compositor para otros, y decidí tratar de hacer lo que hacía el gran Juan
Antonio: ser capaz de entretener con un puñado de buenas canciones y un buen
show.
Volví a Madrid tras cinco años en Miami. No había cantado en
mi vida. Empecé a aprender en los bares de conciertos. También a probar y pulir
mi repertorio. Poco a poco fui pillando tablas, la gente venía a verme… Ganaba
lo suficiente para sobrevivir, vendía algún CD, ligaba mucho… ¡Era un
cantautor!
Pero me quedaba la gran prueba: tocar en el Libertad 8.
¡Llevé mis maquetas durante tres años! Julián me daba
largas…
Finalmente me dio una fecha. Aquello fue de los momentos más
importantes de mi vida. El día del concierto llegué como un zombie, tan
nervioso como si fuera a actuar en el Olympia de París.
La sala estaba llena. Juan Antonio estaba allí, dándome
fuerzas como siempre que actúo. A cambio siempre termino mis conciertos con su
maravillosa y sencilla canción “Te quiero”.
El libertad 8 se convirtió en mi hogar. Conocí a los demás
cantautores y me sentí parte de algo más grande. Incluso conocí a mi siguiente
novia allí. Cuando me siento raro o solo, allí voy a ver un concierto y a beber
y a ver a los colegas.
Que me llamen para celebrar su 40 cumpleaños es un sueño y
un honor. Allí estaré otra vez este tres de Noviembre. Y mi última canción, será,
como siempre, “Te Quiero” de Juan Antonio Canta
La vida es muy rara, pero mola.
¡Feliz 40 cumpleaños, Libertad 8!